Desde Iniciativa del Pueblo Andaluz queremos hacer una reflexión por este 5 de marzo, Día Internacional para Concienciar sobre el Desarme y la No Proliferación, ante la presencia cada vez más contundente de discursos sobre la necesidad del rearme de los Estados, las crecidas en las financiaciones para la compra de armamento y el fortalecimiento de las fronteras. Estos discursos que, exclaman con urgencia el rearme para la resolución de conflictos entre naciones o pueblos, imposibilitando la negociación, los procesos de paz y el diálogo frente a la acción militar. Cada caso es diferente, pero la alternativa de buscar vías por la paz debería ser común. Frente a esto, nos encontramos con una alianza entre países que cada vez parecen más dispuestos a prevalecer la fuerza sobre los acuerdos. No olvidamos que la guerra es un contexto de gran vulneración de derechos, que la justicia y la reparación son difícilmente alcanzables.
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, Estados Unidos lanzaba Little Boy, la bomba atómica, sobre Hiroshima. Al resplandor y la explosión le siguió una gran bola de fuego de más de 250 metros de diámetro que provocó temperaturas de más un millón de grados y arrasó con todo. Fulminando, de manera instantánea, la vida de unas 80.000 personas. En los meses y años posteriores morirían decenas de miles más a consecuencia de la radiactividad.
Las armas nucleares no son un ente abstracto. En la retórica de los líderes políticos son instrumentos de proyección de poder, modelan la geopolítica desde un prisma patriarcal y militarizado. En la vida de las personas que han sufrido su impacto, los hibakushas, comunidades de territorios donde se han realizado ensayos nucleares y se ha producido algún accidente, las armas nucleares son sinónimo de muerte, enfermedad, discriminación, contaminación y destrucción de sus medios de vida a gran escala.
Este mes de agosto, harán 78 años de ese despertar en el infierno que paró todos los relojes y transformó el destino de Hiroshima para siempre. Tras este horror se empezó a crear la idea de que no era posible una nueva situación de guerra nuclear que, en determinados sectores de la sociedad, se ha mantenido en el tiempo. La única garantía de no repetición es su eliminación. Esa es la lección pendiente de Hiroshima: la abolición total de las armas nucleares.
En diciembre de 2017, Setsuko Thurlow fue una de las encargadas de recibir el Premio Nobel de la Paz en nombre de ICAN, en reconocimiento a la campaña internacional que condujo a la aprobación en Naciones Unidas del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) en julio de ese mismo año. El TPAN marcó un hito, a partir de su entrada en vigor, en enero de 2021, las armas nucleares quedaron prohibidas en virtud del derecho internacional.
Sin embargo, esa prohibición no ha conseguido la desaparición de las armas nucleares. De vez en cuando aparecen muestras de ese poderío en distintos países. Las grandes potencias no han eliminado sus arsenales nucleares, la amenaza sigue latente en el conjunto de la Tierra. Las últimas amenazas han venido de la mano de la invasión de Ucrania y se han esgrimido como una posibilidad real para acabar con la situación.
Este es un ejemplo doloroso sobre la determinación por la que los países deberían establecer alianzas para garantizar no solo la paz, sino vías que lleguen a ella. Los intereses de estados particulares no pueden estar por encima de genocidios de pueblos, de ocupación y expolio de tierras, de vulneración repetida de derechos. La política internacional no puede verse resumida a quién apoya a cada bando. Hoy, 5 de marzo, es una buena ocasión para insistir en nuestra defensa de la necesidad de construir alternativas y alianzas que pongan en valor procesos que permitan la resolución de conflictos entre estados, entre pueblos, entre naciones, sin que nadie amenace la vida de la población civil. Todas las personas, todos los partidos, son parte de esta apuesta.
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